miércoles, 13 de octubre de 2010

La traba psicológica de nuestras miserias

Me llama la atención unas presentaciones del cd de matemáticas en las que se ejemplificaban las operaciones de conjuntos con los mapas de algunos países. En especial, me llama la atención aquella que hacía alusión, creo yo, al conjunto universal, en la que se hacía una clara distinción entre países del primer mundo (España encabezaba la lista, Canadá y Japón) y aquellos elementos que pertenecían a los países de tercer mundo, valga decir, pobres, subdesarrollados, atrasados, miserables, misérrimos y cualquier denominativo paupérrimo que se nos pueda ocurrir (creo que a este grupo pertenecía Ecuador, Guatemala y no recuerdo que otro paisito “pishmico” de América Latina). Desde ese día, en la cabeza me quedaron dando vueltas y traté de revisar estos conceptos de primer y tercer mundo, que obedientemente aprendí desde que llevé mis cursos de antropología; y que, luego, obedientemente enseñé cuando fui maestro de estudios sociales.

Lo que me llama la atención es la manera tan natural como aceptamos algunas ideas y el prejuicio que nos pueden causar otras. A ver si me explico: hace algunos días se hizo un señalamiento sobre el uso de la palabra “invasión” para referirse a la conquista española en América. Realmente, no se me ocurre con qué otra palabra se le puede calificar a este hecho. Si como dicen por ahí, al pan, pan; y al vino, vino, lo que hizo España en América a finales del siglo XV y principios del XVI fue una invasión; o si se quiere, una conquista; o para usar otro sinónimo, una dominación. Además, de estas tres palabras, no se me ocurre otra que pueda usar para convertir este hecho histórico en un eufemismo. Quizá alguien me diría que emplee la palabra colonización o la expresión gastada de “intercambio cultural”. En ese caso, en la historia de Europa jamás deberíamos hablar de la invasión de los bárbaros, por ejemplo, sino del intercambio cultural entre bárbaros y romanos. El mismo prejuicio nos debería causar hablar de la conquista de Persia por parte de Roma. Simplemente, esto lo aceptamos de manera natural porque está alejado en el espacio y en el tiempo. En el caso que cito acá, la invasión española (y a mi forma de pensar esa palabra es muy acertada) está alejada en el tiempo, pero es algo que atañe directamente a la construcción de nuestra historia y que todavía despierta pasiones tanto en ambos lados del Atlántico.

Ahora bien, regresando a lo de la clasificación de países de primer y tercer mundo, me parece que es una construcción intelectual absurda, producto de la visión europeizante de nuestra cultura occidental que trata de dejar bien claro y establecido, por medios indirectos y sugeridos, que los arios son una especie de raza superior. Ellos, junto con los gringos, los japoneses y un selecto grupo de países que ostentan poder económico son los más interesados en imponer esta configuración, que nosotros aceptamos con la mayor naturalidad del mundo, siguiéndoles el juego y consolidando su poder.

¿Cuál es el parámetro para separar un país de primer mundo de uno que no lo es? ¿El poder económico?, ¿La calidad de vida? Aceptar esto es como dejar que nos sigan vendiendo espejos de hojalata. Si hago esta analogía de los pueblos con las personas, podríamos decir que los ricos son personas desarrolladas; los que viven en asentamientos, subdesarrollados; y nosotros, de clase media, personas en vías de desarrollo. ¡Absurdo! Esto es una visión simplísima de la realidad, tradicional de las “novelitas” donde hay personajes buenos y malos, blancos y negros.

Desde mi punto de vista, esta clasificación es una trampa psicológica en la que caemos y a la que nos acomodamos. Claro, entiendo que la realidad de nuestras naciones es más compleja. Entiendo que durante gran parte de nuestra historia vivimos como peones que ejecutábamos las órdenes de un capataz, ya sea este una potencia extranjera, un terrateniente liberal, un criollo, un conquistador (y de esto no se libra ningún país de América Latina). Pero lo que no entiendo es cómo no estamos dispuestos a liberarnos de estos atavismos que nos condenan a ser un pueblo sumido en el subdesarrollo. Nos dedicamos a cuestionar en nuestros libros aquellas cosas que hacen tambalear las estructuras a la que nosotros mismos hemos cedido el poder; y otras ideas, que refuerzan sus valores, las pasamos por alto. ¿Será que esto lo hacemos por acomodación? Bueno, lo entiendo bien, por ejemplo, en la mentalidad de las ongs y de ciertos organismos estatales que terminan siendo los mendigos del país. Obviamente, ellos deben manejar “lo políticamente correcto” mientras estén chupando el tuétano de las contribuciones que reciben de la comunidad internacional, como Cooperación española, las embajadas, etcétera. De hecho, hasta entre mis colegas artistas me causa cierta repulsión el hecho de que todos sus proyectos giren en torno al patrocinio que le puedan dar estas santas instituciones paternalistas, que se dignan a tirar unas cuantas monedas a los pordioseros que se encuentran en los atrios de las iglesias (eso somos nosotros).

Entiendo que acá no se es pobre porque se quiere, sino porque hay circunstancias históricas que han propiciado una coyuntura. Sin embargo, mientras sigamos aceptando que somos los feos, los malos, los “chucos”, los pobres, los ignorantes, los subdesarrollados, los incompletos y los inacabados, no hacemos nada por cambiar esa coyuntura.

Hace algunos días discutíamos con alguien que el término raza es un concepto superado. Bueno, en particular me interesó este tema. Yo no lo sabía, aunque fenotípicamente para mí la diferencia entre blancos, negros y amarillos sigue siendo muy clara. En algún momento pensé que esto era parte de ese discurso pseudomoralista que relaciona, de manera inconsciente, los colores de piel con la superioridad o la inferioridad racial. De hecho, estoy en proceso de revisar cuánto de cierto hay en esto de que la palabra raza no es una realidad objetiva o si, como otros conceptos, se ha visto salpicado de prejuicios. Creo que lo mismo deberíamos hacer con otras clasificaciones más sutiles que tratan de encajonarnos como seres inferiores, sin decirnos mestizos o indios.
Creer que aceptar que aceptar esta clasificación implica aceptar que los seres de primer mundo ya adoptaron una posición erguida, ya desarrollaron su pulgar y ya fueron capaces de ver hacia el cielo; mientras que los habitantes de países como Brasil y Chile, llamados economías emergentes, son aquellos que están a punto de perder la cola; y no se diga de países como los nuestros que todavía vivimos en los árboles, comiendo bananas y columpiándonos con nuestra cola. ¿Realmente nos sentimos así? Yo invitaría a que si vamos a ser críticos en nuestros materiales, no solo critiquemos aquellos aspectos que hacen tambalear los cimientos de la cultura europea sino también aquellos mensajes que pueden llegarla a reforzar. Mientras no hagamos esto, seguiremos aceptando, aunque sea escondidamente, la superioridad europea. Y de hecho, seguiremos siendo inferiores a los europeos, porque al final, las nociones de inferioridad y superioridad son psicológicas, más que materiales.

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