lunes, 24 de mayo de 2010

Arte naive y geopolítica

Por Javier Martínez

Los últimos días he estado leyendo sobre un grupo de 1968-1975 llamado The Shaggs y escuchando su única producción discográfica: Philosophy of the World. Hablar sobre las Shaggs es redundante pues, para bien o para mal, la red está saturada ya de biografías, descripciones y opiniones sobre este grupo musical. Para quien no las conozca, resumo su trayectoria: ¡nada!



Los gringos, tan susceptibles a las leyendas urbanas, han creado una más alrededor de este grupo. La historia de The Shaggs tiene de todo: desde suegras videntes pasando por productores que desaparecen con dinero y copias del único disco hasta un padre dominante y puritano que explota a sus tres (a veces cuatro) hijas con posible retraso mental.


El punto es, en breve, que la clasificación de este grupo compuesto por las hermanas Wiggin es tajante: el mejor y más creativo de todos o el peor de la historia de la música. El argumento de quienes creen lo primero es que si la “buena música” se mide por su originalidad, sencillez y autenticidad, entonces Philosophy of the World es la apoteosis de la buena música; quienes creen lo contrario, no tienen más que citar la letra de las canciones y hacerles escuchar dos minutos del disco. Si quieren tener una opinión propia, aquí les dejo el link para descargar el disco completo.


El punto de esta nota no es hacer una apología de las Shaggs; ya Frank Zappa y Kurt Cobain lo hicieron en su momento. Por el contrario, después de trabajar por más de diez años en un estudio de grabación tercermundista y de bajo presupuesto (lo de ´bajo´es en comparación con Abbey Road Records, jajaja) puedo dar fe de que he escuchado otros engendros musicales guatemaltecos tan “originales” e “ingenuos” como ellas.


Solo por recordar a uno de tantos grupos narro la siguiente historia. Creo que era el año 2000 y un grupo de adolescentes aprovechó una oferta de grabación que me había inventado para ayudarme con la reciente remodelación del estudio. Me había endeudado hasta la madre con una computadora y una tarjeta de sonido que supuestamente me llevarían de un estadio amateur a uno “semi-pro”. En las primeras pruebas del equipo ocurrió lo que todo técnico de sonido espera evadir en su vida: latencia; en otras palabras, los músicos tocaban pero la computadora grababa cada instrumento con microsegundos de diferencia, por lo que al unir las pistas se escuchaba un pandemonio músico-digital. Es en vano decirles cuántas veces armé y desarmé la PC, instalé y reinstalé el software, conecté y desconecté las consolas y los micrófonos… ¡siempre había latencia! Tuve, en fin, que pagar para que otros técnicos arreglaran el problema. Pero regresando al tema, un grupo de cuatro o cinco patojos con más ganas de grabar un disco que con una idea artística clara (o habilidades musicales) aprovechó la oferta y acordamos una cita.


Cuando los “músicos” llegaron, la computadora acababa de regresar del taller y no había tenido oportunidad de probarla. Los güiros entraron al estudio, conectaron sus instrumentos y comenzaron a tocar. Yo, encerrado en la cabina, escuchaba las pistas por separado para ir ecualizando y editando sobre la marcha. Cuando por fin tuve algunas tomas terminadas, presioné el botón de play y… ¡el caos otra vez! No supe dónde esconder la cara, pedí disculpas, maldije a los técnicos, a la tienda de computadoras, a la marca de la tarjeta de sonido, etcétera. Con toda la vergüenza del mundo devolví el dinero a los adolescentes y les dije que enviaría de nuevo la computadora a revisar y que les haría el 50% de descuento si regresaban a grabar conmigo a pesar de la lamentable situación.


Efectivamente envié los aparatos a arreglar y me los devolvieron rápidamente; a la semana siguiente el líder del grupo me llamó y concertamos una nueva cita. Previamente me aseguré de que el equipo funcionara bien e hice pruebas hasta quedar satisfecho; me prometí que en esta ocasión no escucharía desde la cabina las pistas separadas sino que escucharía la mezcla final. Así lo hice… ¡y de nuevo, desastres por todos lados! ¡La batería iba por un lado, el bajo parecía interpretar una canción diferente y la guitarra no se había enterado de que aquello era música! Valía la pena preguntarse como lo hizo Soda Stereo en Dynamo: “…y la música, ¿dónde está?, ¿en los cables?”


Como no hallaba razón técnica y tampoco había comunicado mi desconcierto a los músicos sospeche algo: los llamé a todos para que escucharan la grabación en los monitores. ¡Efectivamente, mi sospecha era cierta, ellos no escuchaban nada! ¡No era latencia de la máquina! ¡No hubo error en la grabación! ¡El pandemonio, el caos, el ruido –por mejor describirlo- era el supuesto pop-rock que ellos tocaban! Terminamos la grabación y cuando iba a quemarles el disco compacto hice lo que debí haber hecho desde el primer día: preguntarles el nombre del grupo. Orgullosamente me dijeron que eran los Useless. Con ese nombre, el error había sido sinceramente mío: igual les cobré la mitad acordada y absorbí los costos de la última “reparación” del equipo.


Ahora que leo y me entero de las estadounidenses The Shaggs, cuya música me recuerda misteriosamente a los Useless guatemaltecos, me pregunto: ¿será que también ese disco que grabamos hace casi diez años será hoy (o dentro de cuarenta años más) una producción musical de colección, una joya “de culto”? Si es así, me lleva el río porque perdí los originales de aquel auténtico grupo de pop-rock naive.


3 comentarios:

  1. Le conté la historia a mi esposa y le dio mucha risa el nombre de la banda... sí le hicieron honor a él. Ahora te tocaría inventarte algún demo extraño, para compensar la pérdida de los originales, así lográs contribuir al mito urbano, jaja.

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  2. Interesantísima la historia para alguien que desconoce prácticamente todo de la música. Y el asunto es que en estos asuntos de arte, a veces sobre una misma pieza se pueden encontrar opiniones opuestas. ¿Qué es lo bueno y lo malo en arte? Algo difícil de clarificar.

    Cuando estuve en Madrid, conocí el museo Reina Sofía y mi sorpresa fue mayúscula al conocer obras de famosos: Picasso, Dalí, Miró y otros. ¿Qué es el arte? ¿Quién decide qué es lo hermoso y qué lo que no lo es? Frontera difícil. Tema inconcluso siempre para mí.

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  3. Gracias por compartir esa amena y cuasi-deprimente historia, Javier. Lo que demuestra que somos aptos para reir en medio de un aparente fracaso. Sin embargo, me parece que el título no termina de encajar con el contenido; de hecho, no veo nada de "geopolítica" (ya sólo la palabrita es pretenciosa) en la historia.

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