martes, 20 de julio de 2010

El eterno retorno de la originalidad


Confieso que soy la peor compañía para ir al cine, a pesar de que ocasionalmente me gusta desconectarme de la realidad por 90 minutos. Al menos eso es lo que me han dicho porque suelo arruinar los finales al “adivinar” el desenlace de la película o por mi patológica incapacidad de sorprenderme ante giros “inesperados” en las tramas hollywoodenses.


Lo que pasa es que usualmente veo que estos éxitos taquilleros no son más que remakes de obras literarias más antiguas y usualmente "exóticas" para el mercado popular norteamericano. Claro está que para el gringo promedio el siglo XIX está insalvablemente lejos y lo más antiguo que su inconsciente colectivo recuerda es la época victoriana. Regresando al tema de los remakes literarios, menciono algunos ejemplos:


  • Matrix es La vida es sueño de Calderón de la Barca, pero con computadoras

  • La playa es la biografía de Charles Baudelaire pero sin drogas, sin sexo ni rock & roll del bueno

  • Los Simpson, la película no es más que La peste de Camus

  • La serie televisiva Lost es La invención de Morel de Bioy Casares pero masticada para mentes en blanco y negro (maniqueístas)

  • Avatar es igual a Tristes trópicos del recientemente fallecido Levi-Strauss (y también con computadoras en vez de selva brasileña)

Así es como “adivino” las intrincadas tramas de estos hitazos del séptimo arte que han sobresalido por su “originalidad”. Claro que aquí simplifico las cosas pues estas películas tienen sus variantes según la época y los gustos del público. No es nada nuevo, por supuesto, que las obras antiguas se usen para generar nuevas, como es el famoso caso de Shakespeare quien en Hamlet se pirateó peladamente la Orestiada de Esquilo, específicamente la primera obra, Agamenón.


Pareciera ser que más que un problema del cine, es una constante humana el regurgitar mitos; por ejemplo, las bacantes (sacerdotisas de Dionisios) pasaron de la época grecolatina a la Edad Media como las valkirias o amazonas. Luego, en El cantar de los Nibelungos, ya se perfilan en Brunilda la tierna Bella Durmiente de Disney y la sensual Sheena de la serie televisiva (que retomó la orientación lésbica del mito). ¿Será entonces que la repetición de tramas solo refuerza aquella popular sentencia que dice que el mito es eterno, como el castigo de Sísifo?

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