jueves, 15 de julio de 2010

El Salvador, ¿un Estado teocrático?


A inicios de este mes (el 1º de julio 2010) en El Salvador se aprobó una ley que de verdad me preocupa y escandaliza: para combatir la violencia de las maras, el Congreso aprobó la lectura diaria y obligatoria de la Biblia en todos los centros educativos.

Según el partido GANA, que apoyó esta absurda ley, “se instituye la lectura de pasajes de la Biblia de forma diaria sistemática en todos los centros educativos del país, hasta siete minutos, previo al inicio de actividades académicas de la jornada matutina, vespertina o nocturna, sin entrar en comentarios religiosos, sectarios o denominacionales”. Se supone que el espíritu de la ley es “rescatar valores ante la situación de violencia del país”; pero hasta donde sé, el ser humano siempre está “rescatando valores”, como si se perdieran constante y generacionalmente. ¿No será la memoria la que se pierde?

Mi posición apateísta (básicamente que los dioses, las religiones y la metafísica me importan un pepino) me lleva a preocuparme por la obvia intolerancia que esta práctica oscurantista puede generar en un pueblo ignorante, hambriento y asustado (como también lo somos los guatemaltecos). Entiendo que siendo la Biblia una épica religiosa haya personas que encuentren en ella enseñanzas morales; sin embargo, si ese es el caso, también debió ser obligatoria la lectura de otros libros religiosos como el Corán, el Popol Wuj, el Ramayana, los Vedas y tantos otros similares.

Si se quiere promover valores a través de la lectura (qué triste que la Literatura caiga en un mero funcionalismo) se debería promover la pluralidad y enseñar valores no religiosos de diferentes culturas, y así promover la lectura del Arte de la guerra, las fábulas de Esopo, Edipo Rey, Las flores del mal o la trilogía de Hesse (Demian, El lobo estepario y Siddharta), entre miles de obras más.

Sin embargo, la lectura de un libro que reclama para sí la única verdad divina (¡¿?!) me parece peligroso y, en ese caso, incluso preferiría que el Estado salvadoreño promocionara obras de "superación personal" como los libros de Deepak Choppra, Cuauhtemoc Sánchez, César Guzmán e incluso ¿Qué onda con Carlos Peña?

Por otro lado, como antropólogo, no puedo ser ajeno a esta situación y me planteo:

  • La Biblia presenta ciertos valores, ¿qué pasa con quienes practicamos otros?, ¿serán estatalmente inaceptables (no creo en los valores universales)?
  • Si la violencia de las maras es producto de toda una serie compleja de fenómenos sociales interrelacionados a través de la historia, ¿cómo la lectura de la Biblia lo aliviará?, ¿no será, más bien, una pura legislación populachera?
  • Si la acción del Estado es promover una actitud pasiva como encomendarse a un dios en vez de tomar acciones concretas y de fondo para resolver una situación de violencia, ¿dónde queda la participación ciudadana o la propia ética del Estado?
  • Si El Salvador apoya únicamente a una religión (la cristiana, no hablo de denominaciones), ¿prohibirá otras o la ausencia de las mismas en la vida cotidiana de sus ciudadanos?, ¿se convertirá El Salvador en un Estado teocrático?

Me surgen mil preguntas más como cuál versión de la Biblia leerán o cómo lograrán no hacer comentarios religiosos, pero es seguirle dando vueltas al mismo asunto. Mi mensaje principal es que ojala en Guatemala no lleguemos a promover leyes intolerantes y demagógicas como esta, ahora que estamos ante un año electoral donde muchas de las propuestas políticas tienen bases religiosas. No es una preocupación tan lejana si recordamos que ya tenemos antecedentes como la Ley seca y la de censura al cine y la televisión (no se pueden exhibir contenidos que una comisión intereclesiástica considere “pornográficos”, para quienes no lo sepan).

2 comentarios:

  1. Aunque soy partidario de la separación entre Iglesia y Estado, sí es de reconocer que los actos atribuidos a los pandilleros (de cualquier país) son lo suficientemente grotescos para ameritar "políticas preventivas", por decirlo así. No creo que lleguemos a extremos tipo Minority Report, donde nuestras meras intenciones serían motivo de persecusión, pero es inevitable detectar un componente espiritual en la violencia extrema. Veamos cómo les va a nuestros vecinos salvadoreños.

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  2. Tema difícil y espinoso, Javier. A mí me parece que las religiones cumplen una función social, sobre todo de tipo psicológico. Hay personas que no pueden vivir sin Dios, y aquí no hago otra cosa que retornar a esa punzante mirada de Dostoievsky en Los hermanos Karamazov (por demás luminosa). La religión consuela, alivia de un mundo interior devastado, salva del abismo e incluso evita el crimen y la promiscuidad. Consuelo de los débiles, refugio de los afligidos, sanadora de las culpas. ¿Me explico? No cualquiera puede vivir sin Dios. Es demasiado fuerte vivir sin esperanza.

    Pero, por otro lado, su peligrosidad social puede ser demasiado extrema. Y eso se lo debemos, hay que decirlo, a esa visión judeocristiana tan arrogante de ver a los que no creen igual que nosotros como paganos dignos del desprecio e incluso la muerte. La Inquisición, dirán los protestantes, y las cacerías de brujas, dirán los católicos. ¿Dónde quedó aquel tiempo en que un pueblo podía sin ningún problema encontrar en la religión de otro elementos que alimentaban una cosmovisión en constante cambio? Y creo que ese es un grave problema: la cosmovisión cristiana es estática. De una vocación histórica pasó a una condición ahistórica.

    Me asusta profundamente que se instaure en Guatemala un Estado teocrático, y coincido en que estamos bastante cerca de ese agujero. Por otro lado, si a mí no me importa que la gente sea religiosa. ¿Por qué a los religiosos les importa mi elección de pensar y sentir de otra manera?

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